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La República de la Reputación y el nuevo autoritarismo de la mentira

He tenido hoy la suerte en mi ajetreado día de poder hacer una pausa y acudir esta tarde a la presentación del libro, La República de la Reputación de mi amigo, y antaño colega en LLYC, Pau Solanilla. El coloquio subsiguiente, con la presencia entre otros del que fuera diputado socialista, Eduardo Madina, el vicepresidente de Asuntos Públicos, Joan Navarro, y la directora de la Fundación Felipe González, Rocío Martínez, ha servido para constatar, en palabras de Navarro, “la necesidad imperiosa de que la razón política se comunique desde la emoción y la verdad”. Sin duda algo tan necesario en este contexto de desinformación digital.

Pero lo más interesante, en mi opinión, ha girado en torno a dos conceptos que el propio autor ha puesto encima de la mesa. De una parte, la necesidad que tienen los ciudadanos de encontrar referentes sociales con liderazgo en quienes confiar. Baluartes morales de la verdad (apunto yo). Y de otra, que nos encontramos en un mundo en que la influencia política y social van a depender, si no lo hace ya, de programadores y comunicadores.

Es aquí donde quiero poner mi granito de arena y tratar de analizar cuál es el contexto de riesgo social en el que nos encontramos. En mi opinión, no se trata de que busquemos esos referentes, el problema es que el descrédito de la política y los medios de comunicación ha llevado a los ciudadanos ciborg a encontrar esos referentes dentro de su propia burbuja de relaciones. Y no me refiero ya a las redes sociales donde, como ha demostrado recientemente en un estadio Alto Data Analytics, menos de 1.000 personas radicalizadas son las encargadas en Twitter de instroducir los contenidos que polarizan el debate político. El escenario es claramente más preocupante en el subsuelo de las redes. Ahí es donde programadores y comunicadores hackean las mentes. Allí donde nuestra mirada no alcanza.El Dark Social, y especialmente WhatsApp, se ha convertido en el espacio donde hemos encontrado los ciborg aquellos referentes morales en los que confiar y que nunca nos engañarían; nuestro amigos, familiares y cuñados. Cómo no confiar en ellos cuando además sus mensajes vienen a confirmar nuestras creencias.

Ante esta situación la pregunta es obvia ¿Es posible sostener una República de la Reputación por parte de administraciones y corporaciones? ¿Cómo difundimos valores y verdad a través de canales que no alcanzamos a observar y cuyos efectos sólo vemos cuando saltan a las redes sociales? ¿Podemos hacer algo contra esto? ¿Qué se puede hacer desde lo público y desde lo privado? Me encantaría conocer tu opinión.