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Marisa

Cuando el árbol cae es muy sencillo hacer leña de él. También es muy sencillo analizar a toro pasado, y a distancia, porqué el árbol ha caído. E incluso si la pieza arbórea se desploma sobre alguien es también habitual pedirle responsabilidades al jardinero por la mala conservación realizada.

Sin embargo, los buenos jardineros, los buenos profesionales, saben que hay circunstancias que hacen imposible evitar el deterioro y la caída de un árbol cuando las raíces son socavadas por las aguas subterráneas después de un largo episodio de lluvias.

Es cierto, que la lluvia en si misma es un indicio que puede hacer sospechar la existencia de riesgos ocultos, pero sólo el mismo árbol conoce realmente si su anclaje al terreno es sólido. El problema es cuando la conexión entre el árbol y el jardinero no es buena, o incluso se deteriora. En casos como estos, no hay jardinero que pueda evitar el desastre. Más aún si aquel árbol vigoroso y orgulloso antaño se resiste a dejarse ayudar por el jardinero empeñado en aplicarle un tratamiento radical de urgencia que, quien sabe, puede suponer una delicada operación de extracción y traslado a otra ubicación más segura.

Conozco a Marisa González Casado desde hace 25 o 26 años si mal no recuerdo. Ella era una joven Jefa de Prensa en el grupo Popular en la Asamblea de Madrid junto al no menos joven Alberto Ruiz Gallardón. Marisa es probablemente la mejor Dircom del País. Si algo ha hecho Marisa durante estos años es gestionar todo tipo de Crisis (por cierto un 11M de por medio). Por eso, tiene muy claros cuáles son los principios de la gestión de este tipo de incidentes.

He trabajado con ella como Jefe de Prensa de bomberos de la Comunidad de Madrid, primero, y como jefe de prensa del 112 de Madrid después. Puedo asegurar que si algo tenía claro Marisa es que para poder decidir cómo afrontar una Crisis debía conocer toda la información y jamás responder con una mentira. Ere el mantra.

No sé qué ha pasado. No he hablado con ella. Pero no hay que ser muy listo para intuir que el jardinero, o no tenía le mejor información disponible sobre el estado del terreno, o el árbol no se la quería trasladar, o cuando lo quiso hacer era ya demasiado tarde.

Sólo espero que este asunto no ensombrezca una carrera profesional brillante e intachable. No sería justo culpar al jardinero por la caída del árbol.

Al fin y al cabo cada uno se suicida como le da la gana y eso no lo evita ni el más brillante jardinero.