Cambio tecnológico

Hipernovedad e hiperdesequilibrio. La imperiosa necesidad de readaptarnos

Hace ya 7 años que vengo defendiendo la teoría de que la hiperconectividad que conlleva la 4ª
revolución industrial nos ha conducido a una hipervulnerabilidad que nos pone en riesgo no
sólo a los individuos, sino al conjunto de los actores sociales y a todas las cadenas de valor.
Mis primeras reflexiones iban en la dirección de un individuo convertido en una suerte de
ciborg hiperconectado en virtud de las extensiones móviles como lo describiría la
ciberantropóloga Amber Case. La conexión tecnológica ampliaba exponencialmente las
posibilidades de conexión y en teoría coadyubaría al retorno al ágora griega ¡Qué ilusos
éramos en el 2010! Muchos abríamos cuenta en Twitter entusiasmados por la potencialidad de
una red que favorecía la conversación y compartir las más novedosas ideas con tus iguales al
otro lado del mundo.

La hipernovedad que nos embriaga

Durante un tiempo la novedad, o mejor dicho, la hípernovedad de portar en nuestra extensión
móvil la conexión en tiempo real con el mundo nos fascinó y embriagó. De repente el mundo
parecía cambiar. Twitter parecía convertirse en la espina dorsal de la autocomunicación que
diría el profesor Manuel Castells. El lugar ideal donde la comunicación no precisaba ser
mediada para ser consumida. El espacio donde asistíamos al Real Time de la vida y en el que
éramos coproductores de esa comunicación en tiempo real.

Pero con la hipernovedad contemplamos incrédulos la llegada de viejos riesgos convertidos
ahora en auténticas amenazas sociales, económicas y políticas, todas ellas hipertrofiadas. Las
redes sociales se iban a convertir en el espacio ideal para desarrollar las guerras híbridas.
Twitter y Facebook se constituyeron en el espacio ideal para la manipulación masiva de una
población que pasó de estar informada a través de los medios de comunicación profesionales
(por supuesto cada uno con sus sesgos editoriales) a redes donde consumir bulímicamente
toneladas de información que, en muchos casos, no sólo nos infoxicaba, sino que era pura
desinformación, auténticos bulos. Todo ello sumado a algoritmos que reforzaban las cámaras
de eco.

La basura informativa era teledirigida por los Estados o los partidos políticos empleando
granjas de bots. Luego llegó Cambridge Analítica y las elecciones presidenciales americanas de
2016. Un episodio que sirvió para que a muchos se nos cayera la venda de los ojos
definitivamente.

Bien es cierto que ya en 2011 los servicios de emergencia españoles fuimos los primeros en
darnos cuenta de la que se nos venía encima con los bulos. Razón por la que promovimos los
primeros en la UE el movimiento de los VOST, Voluntarios digitales en emergencias. Más tarde
llegaron el resto de cazadores de bulos.

Pero incluso con ello, seguíamos fascinados por haber roto la barrera de la comunicación. La
hipernovedad nos había cegado. Por supuesto, por aquel entonces no habíamos oído ni hablar
del principio de la valla de Chesterton. La idea de que no deberían aplicarse reformas a un
sistema hasta entender la lógica que hay detrás de su estado actual. El primero en describirla
fue G. K. Chesterton en 1929.

Estábamos totalmente cegados por el brillo de un mundo en red totalmente globalizado donde
la información recorría el orbe en segundos, pudiendo ser testigos y protagonistas al mismo
tiempo desde nuestro smartphone. Deberíamos ser escépticos con soluciones nuevas a

problemas de antaño, sobre todo si la novedad va a ser difícil de revertir si en un futuro
cambias de opinión. A ver quién es el valiente que apaga el móvil más de 24 horas.

La autolisis del lactante

Hablamos de la misma globalización que nos llevó a ceder nuestras cadenas de producción en
pos del ahorro de costes, la maximización de beneficios, de espalda a los altos costes sociales,
políticos y sobre todo ecológicos que ponen en riesgo a una sociedad obsesionada con el
crecimiento y el consumo desaforado.

Hemos vivido obsesionados con los beneficios a corto plazo sin darnos cuenta de que se
trataba de un juego de suma cero donde ese beneficio al corto marca la cuenta atrás de
nuestra autodestrucción como especie. De hecho, esta paradoja del lactante a la que se refiere
Heather Heying en su obra Guía del Cazador Recolector para el Siglo XXI, nos sitúa en este
minuto en la mayor de nuestras contradicciones como especie a lo largo de la historia.

El grave desequilibrio global, consecuencia de una tierra enferma a la que esquilmamos de
forma sistemática, conllevó el desarrolló de una pandemia presumiblemente originada por una
zoonosis generada por la intervención humana. Es lo que tiene la destrucción de ecosistemas.
(Una sola tierra, una sola salud). Al menos así nos lo han contado. El relato alternativo es que
el virus surgió de un laboratorio en Wuhan. Es indiferente. La mano del hombre está en
cualquier caso en el origen. A partir de ahí, nuestra hiperconectividad se encargó de diseminar
en horas/días el COVID-19 por el mundo.

Las tensiones geopolíticas de un mundo que ya estaba en guerra híbrida con anterioridad no
hicieron más que exacerbarse con la guerra de Ucrania y ahora con el enfrentamiento
americano y chino. Y ahí estamos sin saber qué nos deparará la actual crisis en Taiwán.
El mundo transita dopado informativamente camino del colapso. La sociedad no lo quiere ver.
Los Estados tratan de ocultarlo para que no cunda el pánico y probablemente para seguir
ensanchando la brecha entre los más pobres y los más ricos que, por supuesto, ahora lo son
más. Hasta Alphabet se está encargando de borrar las cuentas y alterar sus algoritmos para
que desaparezcan los youtubers que hablan de ello. Youtubers a los que la legislación va a
cercenar su libertad de expresión, sacrosanto derecho fundamental consagrado en nuestra
Constitución. Artículo 20 para quien no lo recuerde.

El mundo camina decidido y a paso firme hacia su autodestrucción. Me auto corrijo. Sapiens
camina a paso decidido hacia su autodestrucción, quizás a su extinción. Hemos roto el
equilibrio ecológico y hemos proliferado en exceso. La tierra va a corregir ese desequilibrio
ecológico y nosotros le estamos echando un pulso que sólo podemos perder.

Somos como un bebé incapaz de dejar de mamar de la teta aunque sepamos que esa misma
leche que nos satisface al corto nos matará poco después. Sino, ¿cómo se explica que después
de lo vivido con el COVID, y ante la crisis energética que ahora padecemos, retrocedamos
sobre nuestros pasos y abracemos con entusiasmos el retorno al carbón y a la energía nuclear?
La hipernovedad nos está matando, no la hiperconexión. Embrujados por la hipernovedad
muchos esperan fascinados la llegada de la web3 y el metaverso sin valorar cuáles serán los
nuevos riesgos asociados y si habrá posible vuelta atrás. Nos zambulliremos de cabeza en la
novedad olvidando que, al tiempo, destruimos el mundo real que nos nutre.

Hipernovedad e hiperdesequilibrio

Abandonamos el campo. Asfixiamos a nuestros agricultores y ganaderos. Apostamos por el
abandono de la tierra y nos concentramos en la ciudades. Rompemos el equilibrio ecológico y
nuestros montes arden en incendios de sexta generación que superan cualquier capacidad de
extinción. Prohibimos con normas absurdas que los vecinos limpien el monte o colocamos
vallados que impiden que los lobos se extiendan y, como especie apical que son, regulen la
cadena trófica.

La hipernovedad no es otra suerte de cosa que el hiperdesequilibrio ecológico. Y erramos al
tenernos por super poderosos. No podemos cambiar las leyes universales. Sólo somos simios
violentos con tecnología. El sistema acabará por autorregularse. La pregunta es si aún llegamos
a tiempo. La respuesta debería pasar por no seguir auto-engañándonos y prepararnos ya para
adaptarnos al proceso de autorregulación al que nos conduce el planeta.

Nuestros abuelos poseían hace 100 años las habilidades que se van a requerir ahora y que no
eran otra cosa que pura adaptabilidad (genoma + cultura). La cultura voló en pos de la
especialización que ya criticaba Ortega y Gasett. El problema es que se vive muy cómodo con
aire acondicionado, internet y vuelos transoceánicos. El planeta no va a esperar a quien que no
se quieran readaptar. Necesitamos sapiens generalistas y no especialistas

¿Estás listo para escuchar al planeta y preparado para readaptarte? La buena noticia es que si
lo haces ya aún llegarás a tiempo. La mala es que si te pones mañana probablemente sea muy
tarde para ti y quizás para todos.

Es un juego de suma cero que nadie puede ganar.