
El cuerpo de comunicadores del Estado. Una solución que pone en riesgo la democracia
Los procesos de desinformación son tan antiguos como la presencia del ser humano sobre la tierra. Nos acompañan desde el inicio en nuestro devenir sobre el planeta tierra. El uso de la desinformación con intereses políticos y económicos ha estado presente en todas las civilizaciones y también dentro de la cultura occidental.
Uno de sus más avanzados hijos fue sin duda Joseph Goebbels, alumno aventajado de Edward Bernays (padre de las relaciones públicas y el marketing). quién sofisticó las técnicas de desinformación en la Alemania nazi. Pero en uno y otro bando la desinformación ha sido siempre un arma de guerra. De hecho, la primera víctima de una guerra es la verdad, según parece que dijo Esquilo.
En un mundo multipolar inmerso en una crisis donde la guerra la guerra híbrida es una constante, la desinformación permea absolutamente toda la sociedad. A la generación constante y exponencial de desinformación ha contribuido internet y las redes sociales. En los inicios de la nueva era digital, muchos creímos ingenuamente que se convertiría en el nuevo ágora griega capaz de democratizar la conversación. Sin embargo, la utilización malintencionada de las capacidades tecnológicas disponibles ha propiciado una subversión del status quo que está debilitando a las democracias liberales.
La sociedad occidental padece una profunda crisis sistémica que le enfrenta a sus propios ciudadanos en un proceso de descrédito cada vez más profundo como demuestran todas las encuestas. No hay más que ver en este enlace el último informe del propio Centro de Investigaciones sociológicas de 2024.
Cuerpo de comunicadores del Estado
El descredito de la clase política, sindicatos y medios de comunicación es enorme. Y aunque los ciudadanos se siguen informando masivamente a través de medios de comunicación, no creen ni confían en ellos. La falta de adherencia al propio sistema socava las bases profundas de la democracia liberal. Sin embargo, en un contexto tan crítico y delicado para la continuidad del sistema, las investigaciones, las iniciativas y las propuestas que se hacen por parte del propio Estado son cuanto menos sorprendentes.
Veamos el informe “TRABAJOS DEL FORO CONTRA LAS CAMPAÑAS DE DESINFORMACIÓN “auspiciado por el gobierno de España propone en su capítulo 2, página 51, la creación de un “cuerpo de comunicación del Estado” . Sorprenden e inquietan sobremanera algunas funciones que se ponen encima de la mesa. Describe una suerte de técnicos estatales que determinarán qué es verdad y qué no lo es y que estarían en las tres administraciones. Así lo define concretamente:
“Para complementar estos esfuerzos en la gestión de la desinformación, tanto en situaciones de crisis como en el día a día, es importante considerar la creación de un cuerpo profesional de técnicos de comunicación del Estado. Estos profesionales, formados en técnicas avanzadas de comunicación y en la lucha contra la desinformación, desempeñarían un papel crucial tanto en la comunicación exterior, a través de servicios diplomáticos y embajadas, como en la administración pública a nivel estatal y local, abarcando ministerios, diputaciones y corporaciones locales. Contar con un cuerpo del Estado especializado en comunicación permitiría no solo una gestión más eficaz de los contenidos comunicativos, sino también una respuesta rápida y coordinada ante amenazas de desinformación o campañas de injerencia. La formación de estos técnicos podría realizarse mediante habilitaciones específicas o a través de mecanismos de oposición, garantizando así una base sólida de profesionales que comparten conocimientos, técnicas y un enfoque común en la gestión de la comunicación pública. Esta estructura capilar permitiría la actualización constante de los profesionales, facilitando la transmisión de recomendaciones precisas en situaciones de crisis. Integrar a estos técnicos de comunicación del Estado en una red más amplia, que incluya a comunicadores del sector privado y del tercer sector, crearía una malla de profesionales capaz de frenar eficazmente bulos, manipulación informativa y otras formas de desinformación. Esta red cohesionada y proactiva serviría como una barrera protectora frente a la manipulación informativa, contribuyendo significativamente a la estabilidad y la confianza en las instituciones públicas y privadas.”
El descrédito de los Medios
En esta época de descrédito de los Medios la capacidad de continuidad de los mismos está quebrando y merma sus ingresos publicitarios. La diseminación de noticias falsas afecta a todo el sistema y penaliza, aún más, la credibilidad de los Medios. La polarización que se está produciendo desde el punto de vista político, y la comunicación desde las trincheras a la que estamos sometidos, no hace más que agravar la desconfianza de los ciudadanos sobre los medios de comunicación. Esta se ve favorecida, además, por las mentiras que campan por sus respetos a través de las redes sociales y especialmente a través del dark social. En este caso me refiero evidentemente a Telegram y a Whatsapp.
Por lo tanto, la producción de información de calidad es cada vez más ilusoria. Los Medios subsisten a duras penas. Esto supone la descapitalización de los mismos y el rejuvenecimiento constante de las redacciones con periodistas con escasa formación. Las canas son muy caras ahora mismo.
Ante este panorama la tentación que se produce en nuestras clases dirigentes es acudir a una mayor regulación. Mayor control de los procesos informativos e ideas felices como el cuerpo de técnicos informadores del Estado inmiscuyéndose además en la gestión de las administraciones locales y regionales. Algo que parece un poquito alejado de lo debería ser la base de la democracia porque, además, recordemos que los ciudadanos han perdido la confianza precisamente en el Estado y en los Medios. Es un poco el pez que se muerde la cola ¿Me va a decir el Estado qué es verdad y qué no? ¿Lo van a hacer los Medios?
Detrás de los grandes Medios de Comunicación a nivel internacional y nacional hay grandes grupos económicos que no invirtieron en su día pensando en obtener beneficio económico sino influencia. Pero si el descrédito es tal que la influencia no se obtiene, plantearse la continuidad de esa inversión es a veces complicado, por lo que la volatilidad de las mismas está a la vuelta de la esquina. Esto puede propiciar que aún sigan cerrando más medios de comunicación favoreciendo, en un proceso infernal, el aumento de la desinformación.
El efecto de la desinformación sobre las empresas
La actual situación afecta de la misma manera a las marcas y a las empresas. Los procesos de desinformación están destinados también, en este mundo de guerra híbrida, a desestabilizar la economía del adversario. Sectores enteros se ven afectados por ese proceso de desinformación que daña la reputación y el negocio, lo que supone tener que invertir en su protección.
Unamos a esto los ataques cibernéticos que causan también grave daño económico y reputacional. Frente a esto, la protección que se obtiene por parte de las administraciones es mejorable. Y si bien las grandes compañías pueden invertir en mitigar riesgos, las medianas y pequeñas empresas no van a poder hacerlo de forma suficiente en el actual escenario.
Todo ello favorece la desconfianza de los ciudadanos y de los consumidores en marcas y empresas y puede acabar afectando a las ventas y a la economía. Cuando hablamos de sectores estratégicos o de consumo esto puede ser muy peligroso. Y más en procesos de inestabilidad graves. Un ejemplo fue obviamente la pandemia del COVID-19, donde se produjo información falsa en relación a la cadena de suministros que generó pánico entre los ciudadanos.
Como decía anteriormente, ante esta situación los gobiernos en lo que piensan es en mayor regulación y en tipificar nuevos delitos en el Código Penal, ya que los últimos años se ha producido una sofisticación del cibercrimen con procesos productivos de desinformación, guerra cognitiva y ataques reputaciones, cada vez más sofisticados.
En este mismo informe del gobierno que he citado más arriba, se plantean cambios en el ámbito normativo como es el siguiente:
“En el ámbito normativo, será necesario valorar una reforma del art. 510 CP para incluir la persecución penal de la difusión pública y maliciosa de contenidos manifiestamente falsos en las condiciones expuestas anteriormente. En este sentido, debería valorarse la posibilidad de abrir el debate jurídico, sin prejuzgar un resultado concreto, tanto a nivel nacional como europeo, sobre la oportunidad desde una perspectiva de política criminal de crear nuevo tipo delictivo específico, con todas las cautelas y limitaciones apuntadas, para perseguir penalmente aquellos comportamientos en los que, de manera concertada y coordinada, con manifiesto y consciente desprecio a la verdad se difunden públicamente contenidos falsos o deliberadamente manipulados en los que su autor se representa o pueda representarse razonablemente que de sus publicaciones se van a generar entre la población reacciones de odio, hostilidad, violencia o discriminación, humillación o menosprecio contra personas o grupos por motivos discriminatorios, todo ello con el fin de evitar una interpretación forzada del actual delito de lesión de la dignidad por motivos discriminatorios previsto en el art. 510.2.A) del CP, dado que existen verdaderas dificultades para incluir la conducta consistente en difusión de bulos002E”.
La pregunta es cómo va a recibir una sociedad descreída y polarizada estos procesos regulatorios. Sobre todo, cuando nos encontramos en un proceso de brutal polarización política en el seno de nuestro Estado que apenas deja ver, por momentos, la grave situación de inestabilidad geopolítica externa, aunque en los últimos tiempos Donald Trump ayude a que esa percepción del riesgo externo ocupe mas espacio en los Medios.
Sin embargo, como ese discurso es el que se establece desde los medios de comunicación, y su descrédito es importante, una parte de la sociedad desconfía también de una versión de la realidad que habla de un mundo en permacrisis y al borde de la catástrofe. Hablo de la misma sociedad que acude a buscar relatos alternativos en las redes sociales procedentes de otro tipo de informadores. Influencers que trasladan otra interpretación alternativa de la realidad y que, si bien no son capaces de demostrar nada, sí son capaces de diseminar una duda razonable en una importante capa de la sociedad.
Semillar la desconfianza en el sistema
Porque si algo quieren los actores internacionales que siembran la desinformación en sus campañas, no es directamente vender una mentira que, por otra parte, sería fácilmente identificable, sino sembrar una duda generalizada sobre el sistema y el modelo de Estado en el que nos encontramos para intentar socavar las bases del mismo y favorecer una menor cohesión social. El objetivo último es propiciar la quiebra del Estado liberal democrático.
La nueva sociedad conformada por internet y las redes sociales es una sociedad polarizada en la que prima el sesgo de confirmación y los filtros burbuja que describió Eli Parisier. La búsqueda de informaciones que confirmen las creencias que cada uno de nosotros tenemos dentro de nuestra trinchera, proceso al que contribuye la saturación informativa. La infoxicación que propicia una baja sedimentación cognitiva y, por lo tanto, una saturación informativa en nuestro cerebro. Tampoco ayuda el machaque constante por parte de los Medios que contribuyen a este proceso de ruido.
Buscando una solución
En un momento en que la falta de cultura de seguridad y defensa es patente en todos los ámbitos y, por supuesto, también entre nuestros ciudadanos, no parece que la solución pase por un Ejército de censores denominado Cuerpo de Comunicación Estatal que establezca qué es verdad y qué no lo es. Abogaría, antes bien, por identificar cuáles son los mejores profesionales en el ámbito de la seguridad y defensa que sean capaces de fomentar el semillado de esa cultura y la explicación de cómo nos puede estar afectando el actual contexto geopolítico, económico e informativo. Todo ello sin erigirse en los portadores de la sacro santa arca de la verdad estatal. Cuando además, y en mi opinión, la verdad no existe. Existen diferentes percepciones de la realidad. Históricamente la verdad ha sido establecida por el gobierno de la polis. Así ha sucedido siempre y cada uno tenemos nuestra percepción de la misma.
El papel del narrador
El proceso narrativo está conformado por unos roles ya predeterminados que no van a cambiar. Debemos apostar por narradores con credibilidad para poder hacer frente a una situación tan crítica como la que nos encontramos. Siempre va a hacer falta un narrador. El problema es si el narrador (tradicionalmente el periodista) ha perdido el crédito. O si el narrador que ahora se propone es el propio Estado. Un Estado en absoluto descrédito. Al menos así lo perciben los ciudadanos.
En una situación como esta cabe preguntarse quién va a ocupar el lugar del narrador. Porque el espacio informativo nos guste o no siempre se llena. Y siempre hay nuevo narrador. Es ahí donde podríamos buscar figuras de reconocido prestigio que actúen como portavoces en el ámbito de la seguridad y la defensa con el fin de que el ciudadano entienda el momento crítico en el que nos encontramos. No para establecer una verdad tallada en piedra.
La continuidad de la democracia
El reto es mayúsculo para la sociedad y para la continuidad del sistema liberal democrático. Lo sorprendente es que no lleguemos a un análisis certero del problema porque, si no somos capaces de llamarle a las cosas por su nombre, las soluciones que propongamos pueden no ser las más democráticas.
Proteger el actual sistema no puede suponer pasar como una apisonadora por encima de nuestros derechos y libertades. Eso no es democrático. Y sería precisamente otorgarle la victoria a las fuerzas externas que llevan años diseminando la desinformación y la ruptura de la cohesión social en nuestra sociedad democrática. Socavando nuestra libertad.