La buena comunicación de emergencias salva vidas, la mala…

De mis 37 años de ejercicio profesional en el mundo de la comunicación llevo 27 como especialista en el ámbito de la comunicación de crisis, emergencias y catástrofes. No creo que haga falta que detalle aquí en qué grandes emergencias y catástrofes me ha tocado trabajar. Es fácil verlo en la biografía de este mismo blog. Si algo he aprendido en estos años es que la buena comunicación, alineada con una eficaz gestión de las emergencias, salva vidas.

Unos de mis primeros y dolorosos aprendizajes que reflejo en mi libro «11 M y otra catástrofes» es que, si la comunicación no pone el foco en las personas, no sirve para hacer protección civil.

Un buen plan de comunicación de emergencias debe tener como objetivo estratégico la protección de los ciudadanos, sus bienes y el medio ambiente bajo la máxima de que una población informada es una población protegida. Por encima de esto no puede haber nada y cuando digo nada, es nada. Cualquier otra consideración que contradiga esta premisa podría acabar teniendo consecuencias graves con responsabilidades penales y civiles.

Un buen gestor de emergencias y un responsable de comunicación de las mismas deben ser conscientes de que lo que debe primar es la seguridad de los ciudadanos. En todas la formaciones que ha venido impartiendo desde hace 27 años lo digo una y otra vez. La comunicación de emergencias tiene tácticamente que ser eficaz y llevar al ciudadano del punto A al punto B.

En 2005 el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans dejando a su paso más de 1.800 víctimas mortales. Un año después los americanos  aprendieron la lección  y cuando llegó el huracán George (de la misma categoría) evacuaron la ciudad a tiempo. Sólo fallecieron unas pocas decenas de personas. Un claro ejemplo de que la buena información salva vidas.

La preparación de la población salva vidas

Cabe preguntarse además porqué en países como estados Unidos, Japón, o Canadá, que se enfrentan históricamente a catástrofes naturales de mucho mayor impacto a las que nos enfrentamos en Europa, sin embargo, y proporcionalmente, sus daños son porcentualmente menores ¿Cómo logran evacuar poblaciones de millones de habitantes en poco tiempo? ¿Cómo grandes huracanes, ciclones o terremotos  causan proporcionalmente pocas víctimas? La respuesta es simple, prevención y educación escolar en emergencias. Todos y cada uno de esos ciudadanos se han convertido en primeros intervinientes. Todos ellos saben que ante una catástrofe de este tipo y, aunque las alertas lleguen a tiempo, si no se auto protegen van a morir.

Años y años de dura realidad han llevado a esos países a llamar a las cosas por su nombre. A  no tener miedo a formar a la población y a prepararla ante desastres. El concepto de mochila de 72 horas es un invento americano. Es el tiempo que se supone que tardará la administración en hacerte llegar la primera ayuda. Un concepto tabú en toda España. Aquí ni se puede hablar de kit de supervivencia a riesgo de que te tachen de alarmista o catastrofista. No se pueden dar mensaje que lleven a los ciudadanos a pensar que las administraciones no van a poder protegerles de forma adecuada. Cuando imperan este tipo de razonamientos la pregunta es obvia ¿Qué responsabilidad ética tenemos por inacción ante las futuras víctimas que antes o después van a llegar?

Una comunicación de emergencias responsable

La anticipación es clave en cualquier política de gestión de riesgos ¿Cuántas administraciones españolas han revisado el catálogo de riesgos que sin duda está cambiando en probabilidad e impacto por mor del Cambio Climático? Una gota fría como la de Valencia (que manía tenemos de llamar DANA a algo que entendíamos todos y ahora sólo entienden algunos. Es la anti comunicación) no es en realidad una catástrofe natural sino que tiene un origen antrópico.

¿En qué sentido digo esto? Gotas frías las ha habido siempre en el Mediterráneo. Es la ocupación irracional de las zonas inundables y la gestión inadecuada de las infraestructuras las que incrementan como factores agravantes el daño de  fenómenos como el vivido en Valencia. El Cambio Climático, que es un hecho, sólo viene a agravar la situación.

Dicho esto, ¿Qué se ha hecho para preparar a esa población ante una realidad que nos ha atropellado? ¿Dónde están las campañas de formación a nivel estatal de todas las administraciones con presupuestos económicos reales que las sustenten? ¿Alguien cree de verdad que esto sólo se soluciona con campañas en Redes Sociales de alcance limitado en medio de un proceso de infoxicación masivo del ciudadano? ¿Cómo es posible que viviendo en una zona inundable los vecinos afectados no sólo no tengan un mínimo kit de supervivencia, sino que carezcan de agua y alimento para por lo menos una semana dentro de sus casas y de forma previa? ¿Cómo es posible que no sepan que en estos casos un coche, en una zona inundable, es un ataúd flotante? ¿No será que la respuesta está siendo que no podemos asustar a la población con esas cosas? Que esto  es catastrofismo. Pues no debería serlo. La catástrofe es la que se ha producido por falta de prevención.

Cuando la información no salva vidas

Para entender cómo se gestiona la información de emergencias en España primero hay que comprender como funciona el Sistema Nacional de Protección Civil.

Las competencias de la prevención y gestión de emergencias están transferidas a las comunidades autónomas. Estas son, pues, las que dirigen los planes de emergencia territoriales en las situaciones 1 y 2. Sólo en la situación 3 toma el control el Estado. Esto no ha ocurrido incomprensiblemente nunca. Cuando se activa un plan de emergencia hay un director del plan en cada uno de los niveles que será finalmente quién responderá legalmente. El director del plan tiene a su alrededor un comité de crisis (comité asesor) conformado por las responsables de las áreas de auxilio y rescate, sanidad. seguridad y logística. Y colgando directamente del director del plan está el Gabinete de Información.

Por lo tanto, y con la ley en la mano, las decisiones en materia de comunicación las toma el director del plan (en un nivel 2 suele ser el consejero competente en materia de protección civil) pero hay que ir a ver cada plan que, por cierto, está publicado en cada boletín oficial de cada comunidad autónoma. Ahora la cuestión es preguntarse si fuera de la estructura publicada alguien más influye o directamente dicta una determinada política estratégica y de comunicación. Eso es difícil saberlo, salvo investigación judicial de por medio.

Es en este punto, es cuando hay que preguntarse hasta qué punto los consejos de los técnicos que conforman el comité asesor tienen mayor peso en las decisiones del director del plan de emergencia que los que puedan llegar de otras instancias. Si el miedo por no pasarse de frenada, de no generar daños económicos en la actividad social, o el simple miedo al ridículo y al daño político, condiciona una decisión. Y ahí es donde cabe preguntarse también, qué sistemas de gestión técnica pueden ponerse en marcha para evitar que injerencias externas al plan publicado condicionen decisiones técnicas y las alertas y mensajes lleguen a tiempo. La clave está en los procedimientos y protocolos. Igual que AEMET tiene normalizado que con determinada previsión de precipitación acumulada en un determinado periodo es un aviso amarillo, naranja o rojo, es preciso que las autoridades de protección civil hagan lo propio. Quizá un aviso rojo de AEMET por tormentas deba suponer, sí o sí, el envío de un mensaje a través de todos los medios tecnológicos disponibles a la zona afectada. La pregunta es ¿Existen esos protocolos? ¿Están firmados y publicados o es algo que se pacta verbalmente  y ni siquiera tiene la firma de un técnico competente?

Muchas dudas al respecto. Yo sólo espero que esta catástrofe vivida en Valencia nos sirva a todos para reflexionar sobre la necesidad de revisar todo el modelo de protección civil en España y dejar de caer en los miedos y la inacción. Que todos tengamos claro que la buena información salva vidas. La mala, no.